Por lo común los textos de
economía son bastante ampulosos en lo que toca a definir su materia de estudio
(mal síntoma), pero si se quisiera hacer
una definición básica y de alcance general, podría decirse que se trata de la
ciencia social concebida para estudiar sistemáticamente los procesos de
producción, intercambio, distribución, etc., de los bienes y servicios que la comunidad humana requiere para
satisfacer sus necesidades. Esto trae
implícito dos derivaciones fundamentales: que los bienes y servicios deben ser
escasos (en relación al requerimiento), y que deben ser útiles, es decir
demandados para la satisfacción de alguna necesidad. Si los bienes o servicios no son escasos, la Economía (como ciencia)
carece de sentido, y si no son “útiles”, entonces no son bienes (ni servicios).
¿Sencillo?, no tanto. Ocurre que
el concepto “necesidades” se hace bastante difuso en la medida de que las
comunidades progresan en bienestar, en
complejidad y en la división del trabajo entre sus miembros.
De tal suerte que mientras se
trate de bienes o servicios escasos y necesarios que se transen en un mercado
libre, el análisis económico resulta útil y la Economía como ciencia se
presenta armónica y coherente, pero la realidad no siempre (casi nunca, mejor
dicho) permite estas condiciones; porque las necesidades de las personas
evolucionan en forma impredecible y van haciéndose más diversas y más
sofisticadas, y porque los mercados se
van enrareciendo progresivamente en la misma medida en que son “regulados” (es
decir, distorsionados), por ese mal
presuntamente necesario que llamamos gobierno, y que en todos los países del
mundo tiende a crecer como metástasis.
Debido, justamente a la intervención
compulsiva de un grupo de gobiernos de países desarrollados, coludidos en torno
a una ideología engañosa y a una conjunción
de inconfesables intereses políticos y financieros, una parte de la
economía actual parece extraviada por derroteros paranoides, aventurándose en
campos que son más propios de las creencias mágicas que de una “ciencia” en el
sentido exacto de la palabra (que la entiende como un trabajo de probar teorías con datos
mensurables del mundo exterior). Se le ha llamado “economía del clima”, o “economía
del cambioclimático” o “economía verde”, o “climatenomics”, etc.; es relevante
el detalle de que tal ideología haya encontrado terreno fértil en sociedades
llamadas “de bienestar”, donde las necesidades elementales (alimentación,
vivienda, sanidad, seguridad, educación), se hallaban en alta medida resueltas,
y la población requería de otras motivaciones más sublimes y trascendentes
(como la salvación del clima de los próximos cien años, por ejemplo).
De tal manera que nos encontramos con una
abundante bibliografía de estudios económicos sobre un futuro que queda, -con
mucho,- muy lejos de lo razonablemente predecible, basados, para peor, en
modelos de anticipación sobre supuestos cambios climáticos globales cuya
inverosimilitud queda de manifiesto
incluso por sus propias discrepancias.
En efecto, las “proyecciones” sobre el
aumento de la temperatura global (y sus infaustas consecuencias), que entregan
los “modelos” promovidos por el IPCC, difieren hasta en un 400% en sus resultados a mediano plazo, pese a
estar todos concebidos para un mismo fin (simular un “calentamiento
catastrófico”). Lo anterior se aprecia en la representación gráfica de varios
de los “modelos” de anticipación climática actualmente en uso, de lo cual se
muestran a continuación dos versiones (entre muchas).
Acerca de las bases teóricas sobre
las que se ha estado erigiendo este adefesio, resulta ilustrativo analizar las
posturas de los académicos más comprometidos, como por ejemplo el nunca bien
ponderado Paul Krugman (Premio Nobel de economía 2008), del cual se puede citar
(entre muchos otros), un ensayo ampliamente traducido y difundido: “Cómo
construir una economía verde” (en este enlace)
En
ese artículo Krugman presenta una síntesis de su “doctrina”.
El mundo se enfrentará a una situación de “catástrofe climática
global”, por motivo de las emisiones de bióxido de carbono, un gas de “efecto
invernadero”. Estas emisiones son debidas al uso de combustibles fósiles; carbón,
petróleo, gas. Para evitar el anunciado “desastre climático”, el mundo debe
dejar de emitir bióxido de carbono, y para eso cuenta con tres opciones; 1.
Prohibiciones, 2. Impuestos, y 3 comercio de emisiones.
“Los climatólogos
aseguran que, si seguimos como hasta ahora, nos enfrentamos a una subida de las
temperaturas mundiales que será apocalíptica”, dice Krugman.
Suponer que no hay discusión ni incertidumbres
entre los climatólogos (el tan invocado “consenso”), no puede ser más
falso. La llamada “ciencia del clima”,
que en realidad abarca una constelación de conocimientos tomados de otras
ciencias exactas y naturales (como física, química, geografía, astrofísica,
astronomía, estadística, oceanografía, y ….etc.), está, aún al día de hoy, en
su fase descriptiva. Lo único que sabemos con certeza es que nos falta mucho
por saber, que las dudas son muchas más que las certidumbres (si es que hay
alguna), y que hay muchas más preguntas que respuestas.
En base a esta falsa premisa (el
“consenso de los climatólogos”), Krugman y sus cofrades erigen sus tesis. En
sus textos aparece incontables veces la
palabra “contaminación” y sus derivados; siempre referidas al dióxido de
carbono, gas inocuo e imprescindible para la vida, al que repetidamente se
equipara con el dióxido de azufre, un compuesto tóxico y maloliente, precursor
de las “lluvias ácidas”, y con otros verdaderos contaminantes. Por lo tanto, para estos economistas las
emisiones de CO2 deben ser consideradas "efectos externos negativos",
de las actividades humanas, razón entonces para intervenir los mercados
mediante regulaciones, prohibiciones e impuestos.
“Cuando hay "efectos externos negativos"
-costes que los agentes económicos imponen a otros sin pagar un precio por sus
acciones- se esfuma cualquier suposición de que la economía de mercado, si se
la deja a su aire, hará lo que debe”, dice él.
Algunos colegas y seguidores suyos siguen
estirando y rizando la cuestión, sacando
conclusiones sobre premisas falsas, hasta alcanzar extremos grotescos. Para muestra se puede citar una memorable
columna publicada y difundida profusamente por el economista (de Harvard)
Sebastián Piñera, actual Presidente de Chile y reputado experto en cuestiones
ambientales y climáticas; (esta columna, -y con los gaffes,- resume su discurso habitual sobre el tema). (en este enlace)
Este ideario (aprendido de memoria y repetido
hasta el cansancio), regado de lugares comunes y disparates tiene la virtud
de ser representativo de la llamada “economía del clima” o del “cambio climático”,
como la define Krugman.
Puede resumirse como sigue:
El IPCC ha establecido la “verdad”: estamos
recalentando el clima con el CO2.
El “calentamiento” traerá una larga serie de
calamidades para la humanidad.
Para evitar tales desastres habrá que controlar
las emisiones de CO2.
Armados con
estas “verdades” los economistas del clima se abocan a su trabajo, es decir,
calcular los costos y planificar las medidas salvadoras. Para tan enorme tarea cuentan con dos
baterías de poderosas herramientas de anticipación: los “modelos climáticos”, pergeñados al
amparo del IPCC, y los “modelos económicos”, desarrollados por ellos
mismos.
No está de más recordar que los “modelos
climáticos” no han sido verificados, y en realidad hasta el momento van
fracasando, en tanto que los “modelos económicos” han fracasado desde siempre. Por cierto, la
malograda Lehman Brothers publicitó un celebrado estudio sobre "Cambio
Climático" en 2007, donde se anticipaba sobre el clima de los próximos
cien años, y los valores futuros de los "bonos de carbono". No
supieron prever su propia quiebra a un año plazo. “Es
que se trata de sistemas complejos y no-lineales”, dice un conocido
físico español.
|
Con el “cruzamiento” de los modelos
climáticos y las proyecciones económicas los economistas van calculado los
costos de cada una de las calamidades por venir; y, puesto que todos los
desastres se pueden atribuir al demonizado bióxido de carbono (CO2),
han llegado a determinar, con notable precisión, el “daño” futuro atribuible a
cada tonelada adicional del gas que emitimos, lo que se llama el “costo
marginal”, de la emisión. Y luego, con una adecuada tasa de descuento, …..
podemos tener el “valor presente neto” de nuestra “contaminación”, expresada en
dólares por tonelada. Por supuesto que se contabilizan daños materiales y
muertes provocadas por las sequías, inundaciones, huracanes, heladas, olas de
calor, pérdidas de terrenos por la
subida del mar, malaria y otras enfermedades
(ahora atribuidas al clima), y …etc.,
pero …no es todo.
El infausto Stern Review: Quizá si la contribución más
novedosa de Nicholas Stern (ex
"economista en jefe" del Bco. Mundial, ahora “lord” del imperio
británico), a la ciencia económica del clima haya sido la proposición de una
nueva teoría del interés, según la cual los “daños a sufrir” por las
generaciones futuras a causa de nuestras iniquidades actuales deberían ser
ponderadas tal como si ocurrieran ahora
mismo, por lo que su valor presente neto sería igual al costo proyectado en los
artificiosos modelos, lo que debería ser compensado ex ante mediante los
correspondientes impuestos. Es decir, ponderamos (y pagamos), a precios
actuales las eventuales calamidades climáticas que puedan ocurrir (o quizás no)
de aquí a cien o doscientos años, y que por ahora sólo están en las fértiles
imaginaciones de delirantes profetas.
Como esto
resulta tan absurdo como indigerible, él propone, en la práctica, una tasa
“moral” de descuento, arbitraria (“subjetiva”, se le dice elegantemente), muy menor a la tasa corriente del mercado.
Obviamente esa tasa “moral” de interés podría ser definida por cada economista
(o grupo de ellos) a su amaño, con la única limitación de ser muy inferior a la
tasa real de mercado, con lo que los resultados de sus “estudios” serían
groseramente maniobrables, según las conveniencias del caso.
Por otra parte. los métodos de
valorización diseñados por los teóricos
de la economía del clima para los futuros desastres resultan ser bastante
intrigantes. Citado de un ensayo de Jorge Riechmann*: (en este enlace)
* Jorge
Riechmann es
investigador sobre cuestiones socio-ecológicas en el Instituto Sindical de
Trabajo, Ambiente y Salud (ISTAS), profesor titular de Filosofía Moral en la Universidad de
Barcelona y vicepresidente de Científicos por el Medio Ambiente (CiMA). Ha
sido coordinador de Vivir (bien) con menos (Icaria, CIP-FUHEM, Barcelona,
2007) – Publicacion 2009:http://www.fuhem.es/ . (Nadie
podría acusarlo de “negacionista”).
|
“En el modelo FUND, la pérdida de un kilómetro
cuadrado de tierra firme por elevación del nivel del mar se valora en un máximo
de 4 millones de dólares para los países de la OCDE (y 2 millones en el caso de humedales, para
estos mismos países), y se considera que para los demás países este valor es
proporcional al PIB por kilómetro cuadrado. (9) ¡De manera que grandes pérdidas
territoriales en países pobres contarán lo mismo que pequeñas pérdidas en
países ricos! Igual proporcionalidad en las pérdidas de vidas humanas (a causa
del estrés térmico o las enfermedades infecciosas, por ejemplo): este modelo
estima el valor de una vida en 200 veces su ingreso anual per cápita. (10) Por
eso, graves pérdidas demográficas en países muy pobres contarían muy poco en
cuanto a los resultados económicos agregados. Como sabemos de antemano que las
pérdidas humanas a causa del cambio climático serán mayores precisamente en los
países más pobres por su mayor vulnerabilidad hay que concluir que el modelo
entraña un sesgo que subestimará las pérdidas –en vidas humanas, tierras,
ecosistemas, etc.– en las zonas más pobres y vulnerables”.
¿Las vidas humanas supuestamente a perderse por el
imaginario “cambioclimático”, deberán
entonces, valorarse proporcionalmente al
ingreso anual medio de cada país? ….. interesante propuesta. ¿Resultaría
de esto que la optimización económica (minimización de pérdidas “globales”, en
este caso), puede acometerse reduciendo las emisiones, y/o también congelando o minimizando el crecimiento de
los subdesarrollados? (los más expuestos a los desastres climáticos por venir,
se dice). ¿El “desarrollo sustentable”
entonces, supuestamente tendría la virtud de ser eficiente en estos dos
propósitos?.
Pero Riechmann prosigue
analizando también los “modelos” RICE y DICE (Regional Integrated
Model of Climate and the Economy y Dynamic Integrated Model of Climate and the
Economy), desarrollados por William
Nordhaus y Joseph Boyer según un tipo avanzado de análisis coste-beneficio.
(25)
Según estos influyentes estudios,
cada tonelada adicional de emisiones de dióxido de carbono (CO2) provocará
daños a largo plazo por un coste de 7,5 dólares(…). ¡Al coste por tonelada de CO2 y año se llega calculando los años de vida
perdidos atribuibles al calentamiento global, divididos por las emisiones de
CO2, tras haber aplicado una tasa de descuento del 5%. (¡las
exclamaciones y el resaltado son míos!)
Nordhaus y Boyer calculan una
pérdida en años de vida de casi 38 millones debido al cambio climático para el
periodo 1990-2020. Esta medida de “salud perdida” es reducible a una cantidad
de renta, ya que el coste de un año de
vida se valora en dos años de renta per cápita. Por ejemplo, unos 68.200
dólares en EEUU en el año 2000, multiplicados por los 77 años de vida media de
un estadounidense nos da una aproximación al coste final total de una vida de
unos 5,3 millones de dólares… mientras
que en África subsahariana, —dado que la
renta y la esperanza de vida son menores, 940 dólares y 46,5 años
respectivamente—, el coste de una vida ronda los 43.710 dólares; menos del 1%
de los costes de la vida de un estadounidense. La pérdida de un año de vida en un país rico ¡equivaldría a más de dos
vidas completas en uno pobre!
Según el “modelo” de Nordhaus, entonces, desde 1990 a la fecha la humanidad habría perdido
unos 25 millones de años de vida por causa del
“calentamientoglobal-cambioclimático”; obvio que esta idiotez no hay como comprobarla ni rebatirla
(¿cuántos años más habría vivido mi abuelo si no hubiera muerto?), pero lo más
insólito; las vidas humanas supuestamente perdidas tienen diferencias de valor escandalosas,
según se trate de
ciudadanos de países pobres o de países ricos.
Durante los últimos años, John Hassler y Per Krusell
(Univ. De Estocolmo), han trabajado intensamente en la “economía del
calentamiento global”, con una serie de artículos publicados. Hassler tiene una ilustrativa columna en Vox
(titulada: Pricing climate change)
acerca de la valoración del cambio climático.
Una de sus tesis en
esta columna es que los macroeconomistas no se han implicado lo suficiente en
este debate. Mientras los expertos sobre el clima (sostiene él), pueden
documentar los cambios observados y sus causas probables, estos suelen carecer
de la formación adecuada para formular y evaluar políticas, en especial porque
los efectos de equilibrio general de las medidas posibles son más sutiles de lo
que pudiese parecer.
Bien, convengamos en que los "expertos sobre
el clima" carecen de la formación adecuada sobre temas de la
macroeconomía; pero entonces, ¿qué le hace pensar a nuestro economista que los
"expertos" sobre los mercados, el PIB, la inflación y etc., poseen la
formación adecuada para evaluar y tamizar información que proviene del ámbito
de las ciencias geofísicas? ¿Cómo pueden discernir si lo que se les dice sobre
"el clima" es conocimiento o simple especulación?. El nombre de esto es arrogancia
intelectual; no se dan cuenta de que se puede escribir hasta una tesis
doctoral basándose en una ilusión (o una estupidez). Sólo basta que el concepto
basal sea absurdo o esté equivocado, (como la "Tesis de Aramis").
Cuánto más grave
que divagar una tesis será entonces diseñar y luego imponer políticas económica
y medidas fiscales basándose en disparates infundados, porque, huelga decirlo,
todo el edificio teórico de los economistas del "cambioclimático", se
construye sobre el infundio de que el CO2 en un
"contaminante", que es "nocivo para el clima" , y que es
urgente implementar medidas (y no importa cuán costosas sean), para salvarnos
de tan acuciante peligro.
Y no es chiste: en sus limitados alcances se
han construido un esquema que se puede resumir en que todo aquello que constituye lo que llamamos
"clima", y sus cambios por venir, dependerá casi de una sola cosa: el
CO2 del aire; en un
esquema de….
más CO2, =
más calor.
Luego, Todo el CO2 del aire que exceda de lo que había hace cien años,
(aunque no tengan ni idea de cómo se puede saber eso), proviene de los
combustibles fósiles que usamos en la vida diaria.
Y creen, pánfilamente, que pueden planificar o
controlar "el clima", mediante las medidas macroeconómicas y fiscales
que afecten al uso de los combustibles.
En ese sentido es
que he dicho que la columna de Hassler resulta “ilustrativa”; sin embargo,
recibió en la misma un comentario interesantísimo de David Friedman
(univ. de Columbia) que lo pone en su lugar y que recomiendo leer.
Entre otras cosas le dice que no se puede tomar en serio las pretendidas
proyecciones a cien años, y ni mucho menos las a doscientos. Y en definitiva
tampoco se puede tomar en serio la atribución a priori de un signo para las supuestas externalidades del presunto
“calentamiento” (en otras palabras, ¿por qué un clima más frío sería mejor que uno
más cálido?).
En lo medular, el
planteamiento de Hassler se puede resumir en:
Liberar carbono
fósil es una externalidad casi perfecta. El dióxido de carbono se propaga rápidamente a través
de la atmósfera y el efecto que tiene es independiente de donde fue liberado.
El coste social de las emisiones es altamente incierto y dependerá de un número
de parámetros desconocidos.
Como se muestra en Golosov et al (2011), tres factores
por separado son los principales factores determinantes del coste social del
carbono que se emite, a saber:
¿Hasta cuándo
estará este CO2 en la atmósfera?.
¿Cuánto daño
causa una concentración dada de CO2?.
¿Cómo se
descuenta el bienestar de las generaciones futuras?.
Dadas las mejores estimaciones de los dos primeros
factores y las tasas de descuento
estándar subjetivo, el costo social de emitir una tonelada de CO2 es del
orden de €10,15. Con un peso mayor en
las generaciones futuras, el costo es mayor. A una tasa de descuento subjetiva
de un 0,1% por año, el costo es de alrededor de € 100 por tonelada.
Como era de esperarse, en esta columna
Hassler se autocita (Golosov et al
es, en realidad un trabajo de él mismo, junto con Golosov y otros dos), lo que
permite consultar la matriz de sus tesis, que está en un PDF titulado “OPTIMAL
TAXES ON FOSSIL FUEL IN GENERAL EQUILIBRIUM”, (cuyo enlace es éste). Se trata de un intimidante
documento de 48 páginas, profuso en funciones
multivariable, con sus correspondientes derivadas
parciales y ecuaciones diferenciales
y, por supuesto, los consabidos símbolos tomados del alfabeto griego. Y todo
para desarrollar una tesis que en realidad es un castillo de naipes.
Entrar en
discusiones sobre el desarrollo analítico expuesto por Hassler y sus socios,
sería un ejercicio bizantino. Primero, porque sabemos que fundamentan su
análisis en premisas absurdas y no comprobadas (como lo son los artificiosos
“modelos climáticos” patrocinados por el I.P.C.C.), y en segundo término,
porque no hay razón para suponer que su metodología sea incorrecta, lo que en todo caso sería
irrelevante, porque lo que importa son sus conclusiones y recomendaciones.
En justificación de
su “marco conceptual” Hassler
invoca los trabajos de Nordhaus :
“Para la elasticidad de los daños,
seguimos por completo, incluidas las incertidumbres que ahí se expresan, la
estimación de Nordhaus y Boyer (2000).
Ellos usan una aproximación "de abajo
hacia arriba", añadiendo medidas en dólares de una gran variedad de
efectos de las sequías, las inundaciones y las tormentas causadas por el cambio
climático, junto con cambios en la biodiversidad, y así sucesivamente”.
De manera que todo eventual daño atribuible a las
presuntas calamidades meteorológicas presagiadas por los “modelos”, será
considerado ahora un costo del “calentamientoglobal-cambioclimático”, y por lo
tanto una externalidad de la emisión de CO2 por
el uso de combustibles fósiles. Esto es como pretender que antes de que la
humanidad iniciara el uso de esos combustibles la Tierra disfrutaba de un
clima edénico; luego se sigue la “doctrina Stern”, de “evaluar” a
precio actual los daños de unas eventualidades climáticas imaginarias. No contentos con tales desatinos, y en base a
estudios sobre la persistencia del CO2 en la
atmósfera, los modelistas “proyectan” los daños a futuro y sus respectivos
costos, en un horizonte de “anticipación” que casi alcanza los dos siglos.
Haciendo sumatoria de todos los “daños”
venideros por las sequías, inundaciones, huracanes, subidas del nivel
del mar, heladas, olas de calor, pérdida de corales, “acidificación” de los
mares, etc.etc. (y en realidad todo lo que a uno se le ocurra), proyectados a
160 años m/m, y ponderando por la emisión de CO2
contemplada en sus “modelos”, obtienen entonces el “costo marginal de la
externalidad”, es decir, el “daño” total que hace cada unidad extra del CO2 que estemos emitiendo en un momento dado.
De acuerdo al razonamiento clásico de Pigou, el
impuesto óptimo a aplicarse es igual al costo marginal de la “externalidad”, de
manera que cada modrego deba “internalizar” el “daño climático” que provocará
su perfidia actual durante los próximos dos siglos .
En palabras de Hassler:
“Expresamos
el impuesto por tonelada de carbono emitida a una producción anual global de 70
billones de dólares. Es útil para comparar nuestros resultados cuantitativos
con las dos propuestas de política más importantes e influyentes en la
literatura: que son Nordhaus (2000, 2007) y el informe Stern (2007) 0,3
Estas propuestas determinan un impuesto de $
30 y $ 250 dólares por tonelada de carbón, respectivamente.
Una diferencia clave entre las dos propuestas
es que utilizan tasas de descuento subjetivas muy diferentes.
Nordhaus utiliza una tasa de 1,5%
por año, basado principalmente en consideraciones de mercado. Stern, que añade un adicional
"moral " de preocupación por las generaciones futuras, utiliza la
tasa mucho más baja de 0,1% anual.
Para estos dos valores de la tasa de descuento, los impuestos óptimos
a través de nuestro propio análisis
son $ 56.9/ton y $ 496/ton, respectivamente”.
(diferencia de 872%
, nada más)
Para demostrar la
incidencia que tendrá la tasa “subjetiva” de descuento que se utilice en los
futuros cálculos del impuesto “óptimo” sobre las emisiones, Hassler presenta el
siguiente gráfico:
El gáfico demuestra el
amplio rango de maniobra que tienen los economistas “climáticos” para fijar el
impuesto “óptimo”!, según determinen Hassler y su equipo, mediante el sencillo
expediente de elegir una tasa “subjetiva (moral)” de descuento que estará entre
0% y la tasa corriente del mercado. Mientras más “moral” la tasa subjetiva, más
alto el impuesto óptimo.
El propio Hassler
ilustra esto con la mayor candidez (ver 6: conclusiones de su
documento):
“Evaluamos cuantitativamente esta fórmula y encontramos que resultados
son aproximadamente el doble del tamaño de los esgrimidos por Nordhaus y Boyer
(2000). La diferencia entre los resultados obtenidos se deben a una variedad de
diferencias en los supuestos; por ejemplo, la estructura de depreciación del
carbono (se refiere a la absorción natural del carbono) .
Sin embargo, es posible llegar a estimaciones que están muy cerca de
(las de) Nordhaus realizando los ajustes adecuados a las tasas de depreciación
del carbono, las tasas de descuento,
curvaturas de la función de utilidad-, y retrasos en la dinámica (de la)
temperatura.
Stern (2007) llega a
estimaciones mucho más altas; si nos limitamos a ajustar nuestro tasa de
descuento subjetiva hasta el nivel defendido en su informe, se obtiene una tasa
impositiva óptima que es aproximadamente el doble de la suya.
Nuestra Estimación, con una tasa de descuento del 1,5% anual, es que
la externalidad costo marginal del daño es un poco menos de $ 60 por tonelada
de carbono, y para una tasa de descuento del 0,1%, está sobre $ 500 por tonelada”.
En otras palabras,
Hassler no tendría problemas en modificar adecuadamente sus tasas de descuento
para hacer coincidir sus resultados con los de sus precursores, pero además ¡el habla de hacer los “ajustes adecuados” sobre variables
exógenas y desconocidas, como lo son el ciclo del carbono o la dinámica de las
temperaturas del porvenir!.
Para tratar de resumir la cuestión:
Las dos propuestas de política económica sobre el
“cambioclimático” más importantes e influyentes en la literatura son Nordhaus
(2000, 2007) y el informe Stern (2007).
Estas propuestas determinan un impuesto pigouviano óptimo de $ 30 y $
250 dólares por tonelada de carbón, respectivamente. Nordhaus utiliza una tasa de 1,5% por año, basado principalmente en
consideraciones de mercado. Stern,
que añade una consideración "moral" de preocupación por las
generaciones futuras, utiliza la tasa mucho más baja de 0,1% anual.
Este impuesto es igual a la externalidad, es decir,
el costo marginal de cada tonelada de carbono emitido. Y esta se “calculó”
ponderando todos los “daños climáticos” atribuidos a cada tonelada de carbono
desde su emisión hasta que resulta absorbida por la naturaleza.
Para estos dos
valores de la tasa de descuento, los impuestos óptimos a través de su propio análisis (Hassler et al), son $ 56.9/ton y $ 496/ton,
respectivamente”.
De acuerdo a lo anterior, las propuestas de
William Nordhaus y Nicholas Stern (“lord”
del imperio Británico recientemente investido), representan, cada una de ellas,
el valor actualizado neto de las calamidades climáticas que serán provocadas
por cada tonelada de carbono emitida hoy a la atmósfera.
Afortunadamente la aritmética de la teoría
del interés es sencilla. Si usamos las respectivas tasas de descuento como
tasas de interés compuesto, llegaremos a la ponderación de los “daños”
climáticos acumulados (en el futuro) que han calculado estos próceres.
Supongamos que queremos saber cuánto daño
acumulado provocará nuestra tonelada de carbono en 60 años.
Según el “cálculo” de Nordhaus ello sería de
:
$ 30•(1+0,015)60 = $
73,3
Y según el cálculo de “lord” Stern, sería de :
$ 250•(1+0,001)60 = $ 265,45
Ante esta enorme disparidad en los resultados
(y son estimaciones “científicas”), podríamos suponer que uno de estos hombres
(o ambos), sencillamente no sabe de lo que está hablando. En realidad, la única solución posible para
que estas “estimaciones” resulten coherentes entre ellas, será encontrar el
valor común (si lo hubiera), es decir, un punto hipotético en una gráfica donde
se crucen las curvas de interés compuesto de ambas estimaciones.
Afortunadamente, el valor sí existe, y resulta muy fácil de determinar (Excel
mediante). Ocurre a los 153 años!, y corresponde a un “daño” acumulado
de $
292/ton (aprox).
Es
decir, nuestros economistas climáticos han logrado hacer sumatoria, de aquí a
153 años, de todos los “daños” venideros por las sequías, inundaciones,
huracanes, subidas del nivel del mar, heladas, olas de calor, pérdida de
corales, “acidificación” de los mares, malaria y dengue, etc.etc., atribuibles
a una tonelada de carbono que se emita a la atmósfera hoy.
¿Se puede tomar en serio
lo anterior?. .. difícilmente, pero no es todo. Supóngase que fuera correcto el
“cálculo” de $ 292/ton en “daños
climáticos” acumulados al año 2165.
Sabemos que Nordhaus usa una tasa “subjetiva” (es decir, arbitraria), de
descuento de 1,5%, y que “lord” Stern prefiere una más “subjetiva” aún de 0,1%
por razones “morales”. ………..¿Qué
sucedería si descontáramos los “daños climáticos” acumulados al año 2165,
simplemente con una tasa normal de mercado la que corrientemente está entre 4 y
5% (en un país como el mío, por ejemplo)?
O sea
….esto? : $ 292 /(1+0,045)153 = $
0,35/ton
Ocurriría que el impuesto pigouviano óptimo
así calculado resulta simplemente trivial, insignificante, y, la verdad, no
parece que se justifique el formidable despliegue académico e intelectual de
nuestros economistas climáticos para llegar a esta minucia. Se entiende
entonces la preferencia por usar tasas “subjetivas” de descuento. Por su parte John Hassler hizo su propia
estimación del impuesto pigouviano óptimo usando las tasas subjetivas de
descuento propuestas por Nordhaus y por Stern, y sus resultados fueron $ 56.9/ton y $496/ton,
respectivamente. Repitiendo el procedimiento anterior se puede deducir
entonces, que Hassler y su equipo han determinado un daño total acumulado de $ 580/ton
al año 2168 para una tonelada de carbono emitida hoy. Y según sus propias palabras “Dadas las mejores estimaciones de los
factores y las tasas de descuento estándar subjetivo…etc”. El resultado de
este disparate se puede ver en el gráfico siguiente:
De manera análoga, la
estimación total de “daños” de Hassler descontada a tasa normal, resulta decepcionante: $ 580 /(1+0,045)156 = $
0,6/ton
Hasta ahora podría decirse entonces que un
impuesto pigouviano “óptimo” sobre la “contaminación” por CO2 podría determinarse en un rango desde $
0,3/ton de carbono emitido (usando una tasa de descuento corriente de
mercado) hasta $ 500/ton de carbono
emitido (usando una tasa “moral” de descuento como defiende “lord” Stern); lo
anterior, si se toma como correctas las estimaciones de “daños climáticos” más
invocadas en base a los “modelos” en uso. En todo caso, Hassler reconoce que sus
cálculos podrían requerir de revisiones futuras de acuerdo a las cambiantes
circunstancias, como lo expresa en su impresionante paper escrito
junto con Golosov et al.
“Since
stochastics factours are allowed in our analysis, and since a form of certainty
equivalence applies, as discussed above, it is straightforward
to see how future updates about the social cost will cause the tax to
vary”. “….es fácil ver cómo las futuras
actualizaciones sobre el costo social causará variar el impuesto” (dice él), …y
sin embargo, esas actualizaciones
resultarían ociosas si en definitiva se determinará una tasa “subjetiva” de
descuento para definir el impuesto óptimo.
¿Un impuesto al
desarrollo? Por otra parte, si se
ponderan los supuestos futuros “daños” en pérdidas materiales o en vidas
humanas de acuerdo al ingreso medio de cada país, como contemplan los
“modelos”, se presentaría un efecto perverso en el sentido de que el crecimiento de los países pobres tendría
que reflejarse en un incremento del impuesto “óptimo”, que debiéramos pagar
ahora. Más claramente hablando entonces,
¡no nos conviene que los pobres se desarrollen!.
¿Planificando la
economía mundial (¡y el clima!) hasta el siglo XXIII?. Es tan grande y ciega la fe depositada por
los economistas del clima en sus “modelos” (y en los del IPCC), que a ratos
resulta conmovedora. La siguiente figura representa la estimación del consumo
de petróleo (o su equivalente en carbón) hasta el año ¡2120! , contando con el
impuesto “óptimo”, (optimal allocation),
o dejando actuar al mercado (laissez-faire)
(Hassler et al).
Esto es comparable a que en 1900 alguien haya
proyectado la demanda de caballos de tiro hasta el año actual (de hecho, ¡se
hizo!). Del mismo modo, la figura siguiente muestra la proyección de “daños
climáticos” como porcentaje del PIB mundial que ocurrirán desde hoy ¡hasta el
2200!, en ambos escenarios, en el imaginario de John Hassler y su equipo.
Por último, no podía faltar la profecía
respecto a la temperatura media mundial. Según el “modelo” defendido por
Hassler, esta se incrementará hasta un peak
de sobre 7 °C,
para el año ¡2120!, si se deja solo al mercado. En el caso de aplicarse
políticas “óptimas” (es decir, controles e impuestos), la suba llegaría “sólo”
a poco más de 4 °C
para 2130. En este caso el horizonte de anticipación también llega al año
¡2200!.
Esta pretensión de
anticipar un futuro a largo plazo y con tal precisión en base a “modelos”
altamente especulativos, dando por ciertas premisas más que dudosas, no puede
tener otro destino que el fracaso. De hecho los modelos no aparecen demasiado
acertados ni aún hoy, con muy pocos años
de recorrido; ¿acaso tendrán mejores resultados en cien o doscientos años?.
“Los modelos stándard de el cambio
de clima tienden a sobre-predecir el
calentamiento a temperaturas actuales”(nota al pié, 36).
“Nuestro modelo sobre-predice la temperatura actual
por alrededor de un grado. Una explicación común para estos es que los
aerosoles antropogénicos conducen un efecto de enfriamiento temporal, enmascarando el impacto total de los gases de
invernadero”(nota al pié, 37).
El arte de la profecía puede ser un asunto complicado. Sobre todo si
se trata del futuro.
Con todo, al ejercicio de Hassler y sus socios habrá que reconocerle
un par de innegables méritos, porque basándose en “modelos” y estimaciones
tomadas del IPCC, sin cuestionar su validez, y aplicando un impresionante
desarrollo analítico sacado de la Ciencia Económica, deja en ridículo al menos dos
de los dogmas más arraigados del catecismo del clima:
1.
Que si no hacemos nada, los costos globales del
“calentamientoglobal”-“cambioclimático”, llegarán al ¡20%! Del PIB mundial
durante este siglo. Es la terrorífica
predicción de “lord” Stern en su celebérrimo “infórme”. En la figura 5 se
muestra que en la proyección de Hassler, “si no hacemos nada”, los costos
globales del “calentamientoglobal”-“cambioclimático”, apenas pasarían del 4%
del PIB mundial hacia el año 2100, y en todo caso tendrían un peak de poco más del 6% para 2120. No es
que esta “predicción” resulte mínimamente confiable ni nada de eso, pero no
puede dejar de notarse la evidente contradicción.
2.
Que no podemos permitir que la temperatura media
global suba más de dos grados. La ridícula
pretensión de la O.N.U.
repetida
como mantra (creo que fue uno de los “acuerdos” de Copenhague), por la que los
burócratas “climáticos” se autoengañan soñando que pueden controlar o planificar el clima inventándose impuestos,
regulaciones, prohibiciones, subsidios, y toda clase de barbaridades
económicas. Según
el “modelo” Hassler (Fig.6), la temperatura se incrementaría hasta un peak de sobre 7 °C, para el año 2120 si no
hacemos nada (que es lo más probable), y de aplicarse sus políticas “óptimas”
la subida llegaría “sólo” a poco más de 4 °C para 2130. Con ello estaríamos saliendo
del Cuaternario; sin duda un acontecimiento único en la Historia de la humanidad
(y del Planeta); los geólogos estarán de fiesta (de bacanal, mejor).
Terminando Hassler su exposición (en la sección 6, “Conclusiones”), se
encuentra la siguiente declaración:
“Por supuesto, esto no quiere
decir que es factible de aplicar el impuesto óptimo: para ello, se necesita un
acuerdo mundial”.
Obviamente. Toda esta ideología se sustenta en la
necesidad de un “acuerdo mundial”, la tan anhelada
“gobernanza”. En el fondo, que una burocracia internacional (y la O.N.U. se ofrece
desinteresadamente para asumir tan transcendental misión), se encargue de
planificar la economía de todo el mundo, es decir, y entiéndase bien, ya no se
trata de la planificación central de la economía de un país, o de un grupo de
paises; ahora vamos por la planificación central de la economía de todo el
mundo ……”el cambio climático ya ocurrido y por ocurrir
representa definitivamente una real y formidable amenaza para la humanidad y
exige una respuesta coordinada, urgente y eficaz a nivel global, que aún no
hemos sido capaces de implementar”, (citando a
un economista de Harvard, actualmente Presidente de Chile).
En palabras del
nunca bien justipreciado Paul Krugman: “Como
ha sostenido Martin Weitzman, de
Harvard, en varios artículos influyentes, si hay una posibilidad significativa
de que se produzca una catástrofe absoluta, esa posibilidad -más que la
cuestión de la probabilidad- debería dominar los cálculos de los costes frente
a los beneficios. Y la de la catástrofe absoluta sí que parece una posibilidad
realista, aun cuando no sea el resultado más probable”. “Weitzman sostiene -y yo estoy de acuerdo-
que este riesgo de una catástrofe, más que los detalles de los cálculos de los
costes frente a los beneficios, es el argumento más poderoso a favor de una
política climática rigurosa”. “… una política así sería
proteccionista, una violación de los principios del libre comercio, … ¿y qué? Mantener los mercados mundiales abiertos es importante, pero evitar una
catástrofe planetaria es mucho más importante”.
La “Catástrofe planetaria”, el espantajo
permanente. Si nos creemos las delirantes profecías de los “modelistas”
(los climáticos y los económicos), deberíamos plegarnos a la conclusión de
Krugman: “…evitar
una catástrofe planetaria es mucho más importante que mantener los mercados
mundiales abiertos”; pero si sabemos, atendiendo los
fundamentos básicos de la ciencia en que Krugman es experto, además de la
evidencia empírica que está a la vista, que “mantener
los mercados mundiales abiertos” es en realidad un prerrequisito para
lograr el desarrollo económico que es el anhelo de tres cuartos de la humanidad,
sería difícil entonces convencer a esos tres cuartos de los humanos que acepten
consciente e informadamente postergar o resignar sus planes de desarrollo. Y una de las formas de lograr aquello es,
engañando e infundiendo miedo.
El temor a una imaginaria
“catástrofe planetaria”, o un “colapso civilizatorio” (tontísima expresión
debida a Jorge Riechmann), resulta
entonces el pretexto perfecto para que los más pobres acepten seguir siendo
pobres, mientras los ricos gustosamente les ayuden aceptando o imponiendo toda
clase de trabas al comercio internacional.
Si Africa, con sus enormes
extensiones de tierra podría producir con toda holgura todos los alimentos que
necesita Europa, y a precios mucho más bajos que los actuales a pesar de las
distancias, y ello en realidad no sucede, sino por el contrario, Europa
mantiene una agricultura de invernadero subsidiada y con toda clase de
artificios proteccionistas, mientras Africa sigue en la pobreza, entonces se
puede decir que estamos ante una situación aberrante. Mantener este estado de
cosas es realmente “insostenible”, como lo demuestra la constante inmigración
ilegal que resulta la faceta más visible del problema.
Es en este contexto
entonces, que el “impuesto al carbono” resulta la disculpa “moral” perfecta
para mantener el status quo. Si el bien producido en el mundo
subdesarrollado quiere venderse en el mundo rico (Europa), entonces deberá
cargar, además de sus costos inherentes (mucho más bajos respecto a los
europeos), con los impuestos “climáticos” sobre su proceso de producción y de
transporte, almacenamiento y distribución (tractores, cosechadoras,
frigoríficos, y ,…en general, trate de imaginar un flujo productivo que no
requiera combustibles), de manera que mientras más lejos esté el productor, más
impuesto deberá pagar, costo que se agrega simplemente al costo inevitable del
flete.
“Cuando
los compradores vayan a la frutería, por ejemplo, se encontrarán con que las
frutas y las verduras que vienen de lejos tienen precios más altos que las locales,
lo que será en parte un reflejo del coste de los permisos de emisión o
impuestos pagados para enviar esos productos”(Krugman dixit).
La “catástrofe planetaria”,
entonces, deviene en la cobertura “moral” perfecta para mantener la actual
distribución del ingreso a nivel “planetario”, lo que no resulta muy ¨óptimo”
(ni tampoco “moral”) en realidad.
James
Hansen, el perturbado climatólogo de la NASA que ostenta un impresionante record de
profecías estrafalarias respecto al clima, (como que para estos días ….. parte
de la ciudad de Nueva York ya estaría bajo las aguas del Hudson), ha defendido
enérgicamente que la mayor parte del problema del cambio climático se debe a
una sola cosa, la combustión del carbón, y que hagamos lo que hagamos tenemos
que dejar de quemar carbón de aquí a 20 años. Hansen pertenece a la clase de
fanáticos que demuestran total incapacidad de evaluar la incoherencia de sus
delirios, y entre sus “propuestas” está, ni más ni menos, la de dejar
enterrados para siempre los hidrocarburos en sus yacimientos decretando una
moratoria mundial. ¿Resulta aceptable, o meramente concebible que se les exija
a los paises pobres del mundo renunciar a la fuente de energía más barata,
abundante y mejor distribuida entre las que de momento dispone la humanidad? ¿y
considerando que necesitan
desesperadamente de energía barata y abundante para superar su pobreza?
Evidentemente no, pero Hansen no duda en recomendar la coerción comercial
contra ellos si se resistieran a plegarse a la moratoria. ¿Alguien tendrá el
desplante (y la fuerza) para obligar a China, por ejemplo, a que renuncie a
utilizar sus gigantescas reservas de carbón? Obviamente la respuesta es no. Y
entonces, ¿Cuál sería la “moral” para obligar a los países más débiles?. Lo
grave es que Krugman, el Premio
Nobel de economía 2008 (y con él hay muchos más), se muestra de acuerdo con
Hansen.
Algunas estimaciones cuantitativas para entender mejor la cuestión (tomadas de aquí):
–Total de CO2 anualmente emitido (todas las fuentes) es de 188
billones de toneladas
–8 billones
proceden de la actividad humana (EE.UU. produce 2 billones).
–El total de CO2 en la atmósfera es de 5
quadrillones de toneladas (5•1015 ton)
–Todo el CO2 atribuible a la actividad humana
correspondería al 0,00016% del total
de la atmósfera.
La verdad es que todas estas
cifras deben tomarse con cierta parsimonia; son estimaciones, y hasta ahí llega su utilidad. Sin embargo, permiten
apreciar el grado de distorsión paranoica con que se nos presenta
(habitualmente por la prensa interesada) el supuesto “problema” de la
“contaminación” por CO2. Se anuncia una
catástrofe apocalíptica, y en verdad las cifras reales resultan ínfimas.
Y un
alcance más sobre la tasa “moral” (subjetiva) de descuento. En Diciembre de 2009, días
después de la fútil “cumbre” de Copenhague, Nicholas Stern (ahora “lord” del imperio británico), declaraba en
entrevista con Alvaro Vargas Llosa:
“Los políticos deben decir
la verdad: evitar el calentamiento significará un aumento de los precios en
asuntos básicos como los alimentos y la energía. Decir lo contrario es negar la
realidad”.
No podría estar más de
acuerdo con milord. El detalle es que alimentos y energía son costos críticos
para la vida de las personas que hoy están en la pobreza, y estas son una parte demasiado grande de la humanidad. Algo hay en
esta declaración que me hace sospechar alguna dosis de insania en el autor, y debido a eso
resulta útil analizar con cierto detenimiento lo que constituye su
contribución más señera en este debate; es decir, su “tasa moral” de descuento para la actualización de los supuestos
“daños” climáticos de los próximos dos siglos.
Hay que partir recordando
que la función de descuento no es más que la inversa de la función de interés
compuesto, y que ambas son expresión matemática de lo que en Economía se define
como “preferencia en el tiempo”. Según esta definición, que es totalmente
irrefutable, los humanos prefieren obtener un beneficio hoy que obtenerlo en el
futuro; si alguien decide no gastar parte de su dinero hoy, para hacerlo dentro
de unos años, es porque tal postergación le reportará un beneficio adicional, y
ese beneficio adicional es lo que se representa con la tasa de interés que perciba por su ahorro. De manera análoga,
cuando alguien decide asumir hoy un sacrificio que se esperaba para el futuro
(como el pago anticipado de una deuda programada), es porque espera un
beneficio adicional por esa anticipación, y la representación matemática de ese
beneficio adicional es lo que se conoce como la tasa de descuento. De manera que la “preferencia en el tiempo” es
real, y las tasas de interés y de
descuento son datos que en ningún análisis económico podrían obviarse. Luego, si
se trata de una economía sana (es decir, idealmente alejada de las manos
de los políticos), la tasa de interés y la de descuento resultan idénticas,
porque se trata de la misma cosa, y la “preferencia en el tiempo” funciona en ambos sentidos. Sin embargo, aún hay algo más: la tasa de
interés/descuento no puede ser uniforme ni única para todo el mundo, porque la “preferencia
en el tiempo”, no lo es; antes bien,
será muy variable de una persona a otra, básicamente porque los ciudadanos
tienen distintos niveles de ingreso y distintas proyecciones de futuro. Y un
caso especial, y muy frecuente, por desgracia, es que la “preferencia en el
tiempo” tienda a un valor infinito, en personas cuya capacidad de ahorro es
baja, bajísima o nula, y que literalmente “no pueden esperar”, o sea, …los
pobres.
Para alguien que vive en la
pobreza, el ahorrar parte de su ingreso constituye un sacrificio tan grande,
que la tasa de interés de su ahorro deberá ser enorme para que le resulte
atractivo. Lo mismo ocurre con la tasa de descuento; dicha tasa resulta enorme,
porque para él es enormemente beneficioso postergar sacrificios hacia el futuro
ya que su presente ya es demasiado
paupérrimo.
Pero las
personas viven en sociedades, y éstas generan mercados. Cuando
los mercados funcionan, se va perfilando una tasa de interés/descuento que
podría considerarse una suerte de promedio ponderado entre las “preferencias en
el tiempo” de los integrantes de una sociedad (es decir, de un país); pero
ésta, además, resulta un PARAMETRO de la riqueza/pobreza de esa economía, de
manera entonces, que para sociedades ricas (países ricos), los tipos de
interés/descuento tienden a ser bajos (reflejo de su abundancia de capital),
mientras que para sociedades pobres (paises pobres), tienden a ser más altas
(reflejo de lo contrario).
A la luz de este análisis (y si está correcto), resulta entonces
chocante la propuesta de “lord” Stern,
de castigar a todos por igual, ricos y pobres, con un criterio de
actualización de hipotéticos daños futuros, que se encuentra fuera de toda
lógica, por cuanto se usa en él una tasa de descuento arbitraria y absurdamente
baja, cercana a cero.
Con una confianza ciega en “modelos”
fantasiosos que pretenden anticipar daños del clima proyectados hasta más de
cien años (no habiendo la menor justificación para esta ciega confianza);
evaluando esos futuros y presuntos daños con parámetros y precios actuales (lo
que resulta tan antojadizo como lo anterior), y con pretensión de imponer
tributos “globales”, sobre el CO2, lo que requeriría una verdadera abdicación
de soberanía de los estados en favor de la ONU, la propuesta entonces, resulta desatinada.
La tasa de descuento absurdamente baja, aún cuando se la pretenda llamar
“moral”, es efectivamente un castigo directo a los pobres, porque les
obligaría a pagar un tributo alto (para
ellos) por “daños” que, de ser ciertos, no son de su culpabilidad, y que en
todo caso están fuera de su horizonte de proyección, el que suele estar copado
con necesidades urgentes e inmediatas.
Y esto que vale para las
personas pobres es igualmente válido para los países pobres
Hay que tener en cuenta que un impuesto así
determinado, aún cuando se le pretenda “óptimo”, resulta tremendamente
regresivo, y sólo podría imponerse mediante la fuerza directa o la coerción
comercial, como lo ha propuesto el perturbado James Hansen.
En el ensayo antes mencionado,
que puede leerse en este enlace, Paul Krugman declara solemnemente: “Éste es un artículo sobre la economía del clima, no sobre la
climatología”. Permítaseme declarar
entonces, con la misma solemnidad, que lo que está terminando de leer no
pretende ser un artículo sobre “la economía del clima”, porque, es
obvio, tal estupidez no existe. La
Economía, como ciencia social, tiene y sólo tendrá validez en
el ámbito que bien le corresponde, es decir, en el de los fenómenos sociales
que pudieran explicarse o predecirse con las herramientas que esta Ciencia ha
desarrollado: oferta, mercados,
producción, inflación, masas monetarias, etc. y etc., pero nada de ello
tiene relación ni puede tenerla con lo que suceda en los flujos de calor
atmosférico, las precipitaciones, ni la nubosidad, ni nada de lo que conocemos
como “clima”, todo ello materia de estudio de las ciencias naturales.
Lo que se ha pretendido es exponer las incoherencias y los desvaríos en que
estamos cayendo, legos y “expertos”, a
causa de la inmensa soberbia de creer que somos capaces de modificar “el
clima”, (muchos sin saber ni siquiera que se entiende por tal cosa), y no
contentos con eso, creernos el cuento de que también podríamos “planificarlo”,
con el simple expediente de inventarnos impuestos, prohibiciones y subsidios,
y, por supuesto, una “gobernanza mundial climática” para que esos artificios
resultaren efectivos. Nada de eso es cierto, y ni siquiera es factible, pero
podría ser un pretexto poderoso para imponer una situación indeseable para el
desarrollo de los más postergados, y más aún para la libertad de los ciudadanos de este mundo en un futuro no tan
hipotético. Hay que pensar que una burocracia mundial, elegida por nadie, y
revestida de grandes poderes sobre la economía de todos, y que pudiere racionar
nuestro uso de energía, resultará
muchísimo más asfixiante y peligrosa que las molestas burocracias locales que
cada uno de nosotros debemos soportar a diario en nuestros respectivos países.
El ver a distinguidos y galardonados personajes, actualmente paladines de
la “Ciencia Económica”, cargados de premios y cartones, y respaldados por
venerables instituciones y universidades actuando de corifeos o cómplices de
este monumental despropósito resulta indignante. Esto es lo que propongo llamar entonces, la “Economía Basura”,
Y sin embargo, éste tampoco pretende ser un artículo sobre la climatología, porque
en tal caso, necesitaríamos una extensión de al menos diez veces lo que
llevamos hasta aquí, y otra extensión quizás mayor para referencias y citas. No
se pretende eso.
Lo que no podría dejar de mencionar es lo que sigue;
La llamada “Ciencia del clima”, en realidad una constelación de
conocimientos tomados de las ciencias básicas, está, -aún al día de hoy- en su
fase descriptiva. La pretensión de “modelizar” los climas que tendremos en el
futuro (climático) inmediato, es decir, los próximos cien o doscientos años, es
tan jactanciosa como sería la de predecir la del año próximo.
De todos los factores que inciden en lo que llamamos el clima de una
región, los principales no son modificables por acción humana, (piénsese en la
radiación del sol, las corrientes oceánicas, frías o cálidas, la distribución asimétrica de tierras y mares,
las grandes cadenas montañosas, los vientos planetarios, la nubosidad, las
radiaciones cósmicas, las variables astrofísicas, y…etc.). Aún si conociéramos
todas las variables que inciden (que no es el caso), tampoco podríamos
“modelizarlas” dado que menos aún conocemos las interacciones (y considérese
que estoy hablando de interacciones múltiples, no de causa-efecto entre dos
variables).
Por lo tanto, pretender que todo el fenómeno climático actual (un presunto
calentamiento menor a lo largo de dos siglos) pueda ser atribuido
exclusivamente a uno sólo de los factores del clima, el llamado “efecto de
invernadero”, y circunscribirlo todo a solamente la emisión de unos gases que
están en concentraciones ínfimas en la atmósfera, no puede ser tomado en serio.
No al extremo de condicionar el desarrollo de tres cuartos de la humanidad por
la quimera de “no recalentar el planeta”, sin tener ninguna prueba efectiva de
que la suposición sea correcta. Menos
aún si se tiene en cuenta de que en el “efecto de invernadero” el principal
actor es el agua; sea como vapor, sea como nubes, es el agua y sólo el agua el 90% y más del
“efecto de invernadero” y esto lo saben todos, climatólogos y economistas.
No tiene ninguna lógica entonces la pretensión de que limitando las
emisiones de CO2 podamos influir en alguna medida sobre el clima
futuro. Tal acción sería tan perjudicial como ineficaz, y eso se ha estado
demostrando con las patéticas “cumbres” de la ONU, los fiascos económicos del “protocolo de
Kioto” y el desprestigio cada vez más generalizado en que están cayendo los
científicos que, quizás seducidos por la pasajera celebridad, quizás por los
jugosos presupuestos obtenidos de los gobiernos, se han hecho cómplices y han
liderado este despropósito.
Con todo, no sería superfluo que alguno de los creadores de los “modelos”
preste atención a los efectos beneficiosos que traería el enriquecimiento de la
atmósfera con mayores concentraciones de CO2, literalmente “el
gas de la vida”, ya que este es el alimento de las plantas verdes, y esto dicho
sin la menor exageración.
Más CO2 en el aire significa mayor eficiencia en la fotosíntesis, mejores
cosechas, más crecimiento en bosques y praderas, y mayor eficiencia hídrica,
todo lo cual no puede ser sino beneficioso, para la naturaleza y para la
economía. También podría considerarse los beneficios que traería el supuesto
“calentamiento” en enormes extensiones de tierras del Hemisferio Norte, donde
el factor crítico es justamente el frío, o sea, la falta de calor, y no su
exceso. Por su parte, el derretimiento
de las banquisas de hielo flotante es un factor de estímulo para la
productividad de los mares Ártico y Antártico, pues ya se ha visto y
documentado como se incrementa la biomasa del fitoplancton al recibir luz
solar, y con ello se activa toda la cadena trófica.
La “economía basura” pretende darnos los fundamentos teóricos
para la creación de los impuestos al carbono. La otra faceta del fraude está
representada en el “comercio de emisiones”, o “bonos de carbono”, tema que se analizará en el próximo capítulo,
lo que se puede llamar “El mercado ilusorio”.
Cada uno de estos
hombres ostenta un apabullante cirrículum
académico. Pueden verlos en Internet.