13 mayo, 2010

¿Se nos chacreó la Ciencia?

¿Se nos chacreó la Ciencia?


Efectivamente, en el mundo de hoy, sobre todo en el mundo de los medios masivos de comunicación, la Ciencia ha estado perdiendo su antigua solemnidad, al punto de que se puede publicar frases del tipo “La ciencia moderna ha establecido…..” , o “los científicos advierten que,…” y después largar cualquier estupidez que al redactor se le ocurra, y ya esto se acepta como costumbre sin que nadie, ni persona ni institución, se moleste en protestar ni por si acaso.
En toda la campaña mundial (occidental, mejor), de adoctrinamiento “climático” en que están empeñados la O.N.U. y los poderes fácticos, se aprecia este “chacreo” de la Ciencia con todo el desprestigio y la pérdida de credibilidad que esto nos acarrea.
Hoy sabemos que cualquiera información que se publique que contenga la muletilla del tipo “la Ciencia ha dicho….”, o “los científicos creen ….” U otras de este tipo, hay que leerlas con suma desconfianza, y hasta los “papers”, aún con su “peer review”, han dejado de ser información confiable, y deberemos además estudiar los antecedentes del autor para analizarlos, lo que es una situación altamente aberrante, y justamente lo contrario de lo que debiera ser. El método científico ha sido repetidamente violado y envilecido.
Me refiero, principalmente, a la situación del “climategate” , por supuesto, pero también a las cuestiones más ateriores y más cotidianas.
¿Cómo llegamos a esto?.
Creo haber encontrado una pista: por motivos telúricos, que sería redundante repetir, me he debido abocar, durante los últimos dos meses, a revolver escombros de lo que había sido mi estudio, lo que me ha permitido desempolvar muchos documentos muy antiguos, y de dudosa utilidad de aquellos que alguna vez decidí guardar, (sepa Ud. Para qué).
En uno de los antiguos libros, encuentro doblado un recorte de la veterana revista “Ercilla”, de los tiempos de estudiante, seguramente del año 73 o 74. Se trata de una entrevista al Dr. Konrad Lorenz, el célebre ethólogo (la “th” es por “ethos”).
Debo decir que por aquellos días, Konrad Lorenz era una especie de “rock-star” entre los estudiantes de ciencias; premio Nobel en 1973, se publicaban sus teorías, aparecía en el “National Geografic”, se comentaban sus trabajos, se citaban, se intercambiaban sus libros, etc. y algunos de los más aventajados estudiantes se referían a él simplemente como “Konrad”, de la misma manera que hoy hay jóvenes de “izquierda” que dicen simplemente “Silvio” para referirse al ministril de Fidel Castro.

Lorenz se hizo célebre por sus trabajos sobre el comportamiento animal, y básicamente estudiando una bandada de gansos que criaba en un estanque de su casa-finca danubiana. De ahí, salieron numerosos artículos, hermosos libros (que se leían con verdadera fruición), la celebridad y la fama.
Bueno, en el artículo en cuestión, se entrevista a Lorenz sobre su -para entonces- último libro, el que en castellano se titulaba “Ocho pecados mortales del hombre civilizado”, y en que el autor presenta una visión pesimista (vaya novedad) de la civilización humana y de su destino, que pensaba Lorenz que nos llevaría a una extinción cierta como especie.
Será fácil adivinar ahora al menos algunos de los “pecados capitales” que como especie nos estaban llevando a la extinción en el imaginario del Dr. Lorenz, en 1973, pero de todas maneras los voy a enumerar para mayor ilustración:

1. El primero, (obvio), el “Exceso de población”, (¿…un malthusiano?), “El exceso de población es la raiz veradera de todo el mal”. Y lo que sigue es delicioso…. “No porque haya todavía algunos paises que puedan sentirse perjudicados al no haber conocido el progreso, debemos concluir que sobra espacio en el navío espacial “Tierra”, para acomodar más gente”, dice el Dr. Lorenz, aunque su temor no era que se careciera en el futuro de los alimentos necesarios, sino más bien que, si el hombre llegare a verse privado del lebensraum (espacio vital), daría rienda suelta a la agresión incontrolada, exactamente igual que las ratas en condiciones idem. (el famoso experimento de las ratas encerradas, que tantas veces tuvimos que citar y analizar); pero, a diferencia de las ratas enfurecidas, que siempre dejan un núcleo reproductor, Lorenz creía que el hombre destruiría totalmente su especie.

2. El segundo, “Contaminación ambiental”, “los peligros de la contaminación ambiental son tan obvios, que sólo cabe esperar que las autoridades hagan algo antes de que sea demasiado tarde. En el fondo de mi corazón creo que el hombre advertirá pronto que ha llegado a un punto sin retorno”, decía Lorenz.

3. El tercero, el “Crecimiento incontrolado”, (no hay que olvidar que eran los días de la irrupción del “club de Roma”, y el “Informe” de Meadows estaba calientito). Creía que los países industrializados que corren tras el crecimiento sin límites están cegándose deliberadamente para no ver las perspectivas del futuro: “Es pronosticable un colapso próximo, si no se modifica esta actitud” –advertía.

4. El cuarto, “Entumecimiento de la Conciencia”, para el ethólogo, la búsqueda, -por medio de la tecnolgía y de la farmacología- de un mundo sin dolor, sin esfuerzo y sin incomodidades, puede provocar un entorpecimiento tal de los sentimientos humanos, y de sus percepciones, que su capacidad de sentir alegría, satisfacción o entusiasmo quede destruida (aquí las emprendía contra el café instantáneo).

5. El quinto, (y este sí es sabroso), sería la “Decadencia genética”: En opinión de Lorenz, la persistente inclinación del hombre a enamorarse es benéfica, por un lado, porque promueve la monogamia; y también es perjudicial, porque “se oscurecen diversas consideraciones genéticas importantes…” al elegir una pareja. Aunque aclara que no profesa la solución nazi a este “problema”, sino que aboga por enfrentarlo con la educación.

6. El sexto pecado sería el “Derrumbe de la tradición”, y

7. El séptimo la “Susceptibilidad al adoctrinamiento”, donde Lorenz denuncia la manipulación del pensamiento en Occidente por la masificación de las personas y los medios masivos de comunicación,….y

Desgraciadamente, la conclusión del recorte se perdió, pero el octavo y último pecado del hombre civilizado sería el armamentismo nuclear. Ni una sola palabra para el “Calentamiento Global”, “Cambio Climático”, “Cambio Global” o “Crisis Climática”, que estamos provocando los pecadores humanos, y no es de extrañarse. Estábamos en principios de los Setenta, y Dña. Margaret Thatcher aún no aparecía en escena. Incluso en ese tiempo “los científicos” hablaban del “enfriamiento global”, pero aún no descubrían el ollón de oro.

Y entonces, volviendo a la pregunta del principio, …..¿Se nos chacreó la Ciencia?, creo ver una pista en la presentación de la entrevista, que cito a continuación:

Cita:
El autor admite que algunas partes de su libro son especulativas, más que estrictamente científicas. ……“Tengo una regla según la cual un científico debe decir o escribir solamente lo que sabe con toda certeza; esto, con una excepción: cuando está llamando la atención sobre un peligro –declaró a Newsweek --, y este libro es una excepción”.

En este párrafo podría estar la clave. Un científico se hace célebre, rico y famoso, y entonces comienza a auto-sobreestimarse al punto de que percibe sus propias opiniones sobre asuntos diversos con más valor del que realmente podrían tener. Y el paso siguiente es entregar entonces el importante mensaje a la humanidad, aunque para ello deba excederse de lo que estrictamente sabe con certeza, …..como científico. Y ahí es fácil caer en el disparate.
Konrad Lorenz ha hecho un notable aporte con sus investigaciones sobre el comportamiento animal; fue un extraordinario ethólogo, incluso considerado un “padre” de la etología (ya le sacaron la “th”). Pero sucumbió quizá a la tentación de extrapolar sus conocimientos u observaciones del comportamiento animal al ámbito de las conductas sociales humanas, y mezclarlas con sus propias opiniones, una tendencia bastante frecuente por lo demás.
Rompió su propia regla de oro, y que debiera serla de todos los científicos. “Un científico debe decir o escribir solamente lo que sabe con toda certeza”.
Esta regla se respeta cada vez menos, y así nos vamos metiendo en una crisis de credibilidad que puede ser nefasta para la Sociedad. No digo que los científicos no puedan tener opinión sobre los más variados temas, sino que cuando alguno de esos temas excede su ámbito de especialización, simplemente deben dejar muy en claro que están opinando como legos (amén de reconocer el límite, muchas veces difuso, de su propio campo); y que cuando estén en su propio ámbito, deberían renunciar a cualquiera opinión preconcebibida. Nada hay más perjudicial para la Ciencia que los prejuicios (cualquier prejuicio).

Menos aún pretendo afirmar que Lorenz careciera de fundamento en sus extrapolaciones. Muy por el contrario, sus teorías sobre el comportamiento (sobre todo su estudio sobre la agresividad) han sido un aporte macizo a las ciencias Sociales, y son referente obligado en toda discusión. Pero sucede que hay muchos, muchísimos científicos que No son Lorenz; y que por tanto no tienen ni la profundidad, ni la prudencia, ni la ponderación ni la envergadura intelectual de Konrad Lorenz a los 70 años; no puedo dejar de recordar aquí la “histórica” declaración de Schneider (“Para captar la atención del público…”) como el ejemplo más clásico de aquella arrogancia intelectual pseudocientífica y cínica que desgraciadamente parece hoy ser un paradigma. Pero aún aquello ha sido ampliamente superado en los tiempos más actuales por algunos de los más célebres “científicos”, que ya perdieron todo pudor o sentido del ridículo, como tan dramáticamente queda demostrado en la estúpida “carta abierta” que James Hansen enviara (y publicara, para peor) a la pareja imperial yanki (“Queridos Barak y Michel:….”). A esto agréguese las legiones de opinadores que no son científicos, los cultivadores de las muletillas del tipo “los científicos dicen que….” .
Por último, están los peores: los que se hacen adictos a los titulares, la publicidad, las cámaras de televisión, etc.
Es tremendamente interesante (y lo recomiendo) la relectura y el análisis de contexto del librito de Lorenz, ahora con la perspectiva del tiempo y los acontecimientos. Puede ser un ejercicio muy útil para replantearse, y ojalá con sentido autocrítico, el rol que a los científicos de cualquier disciplina corresponde en esta Sociedad.
Hay una muy buena traducción disponible en Internet, que me permití plagiar vilmente y secuestrarla en un PDF en mi blog de Divshare, y el enlace es éste (http://www.divshare.com/download/11246124-122).
Sin pretender reseñar o resumir el texto, lo que sería pretencioso, puedo señalar algunos puntos que llaman poderosamente la atención.
En primer lugar está el prólogo, escrito por el Dr. Lorenz en 1972, donde el mismo dá cuenta de cierto cambio de enfoque y matices que ha experimentado su pensamiento desde el año en que escribió el texto, que fué (+/-)en 1968. Como el mismo autor explica, el libro fue presentado por él con motivo del cumpleaños número 70 de su amigo el filósofo y sociólogo también alemán Eduard Baumgarten, quien nació en 1898. Por lo tanto, el escrito data de 1968 o algo antes, y publicado recién en 1972 o 1973, año en que recibió el Nobel.
En su prólogo, el autor expresa sobre su libro que: “es, confesadamente, una Jeremiada; un llamado al arrepentimiento y al replanteo, dirigido a toda la humanidad”. Notable confesión, refrendada también en la entrevista del Newsweek citada al principio.
Es patente cómo en esos años los conceptos y lugares comunes del ecologismo moderno y toda su carga ideológica aún no estaban en el vocabulario del científico, aún cuando se esbozan algunas líneas argumentales que más tarde han sido estiradas y retorcidas hasta la saciedad.
Así, la palabra “ecología” aparece muy pocas veces en el texto de ochenta páginas (más de 30 mil palabras), y dos en el prólogo escrito en 1972. La palabra “contaminación” no aparece en absoluto, y en su defecto se usa el término “desertización”. También el autor escribe sobre el inminente peligro de la “sobrepoblación” mundial, pero al hacerlo describe todos los efectos del hacinamiento humano en las grandes ciudades, lo que, obviamente no es lo mismo. Y, por supuesto, que de “calentamiento global”, “cambioclimático”, etc., no hay ni una sola mención.

Hay que tener presente que en sus investigaciones Lorenz estableció pautas sobre el comportamiento animal que sugerían procesos de “aprendizaje” que estaban edificados (por así decirlo) sobre un “sustrato” determinado genéticamente, de manera que cada pauta de comportamiento tendría una base instintiva y una parte “aprendida”; dicho de otro modo, en cada especie estaba genéticamente determinado lo que el animal debía “aprender” en las distintas etapas de su ontogenia. De esta base pasó Lorenz a analizar las pautas de conducta humana en la sociedad civilizada, con lo que construye un puente entre la etología (ciencia nacida como rama de la zoología), y la psicología, que está a medio camino entre las ciencias médicas y las ciencias sociales. Indudablemente se entra así a un terreno pantanoso, y el científico, preclaro zoólogo y etólogo descubridor de pautas de comportamiento en animales superiores, intenta aplicar sus descubrimientos a la sociedad humana de su tiempo.
De ahí nace este libro que nos advierte de nuestra próxima extinción, merced a los ocho “pecados capitales” del hombre civilizado antes descritos, y que Lorenz concebía como otras tantas amenazas a la existencia misma del ser humano y la civilización. A continuación, el resumen que el propio autor hace sobre sus ocho “pecados”; es de gran interés apreciar el cambio de matices que se aprecia entre la versión original de 1968 y la entrevista del Newsweek de 1973:

Cito:
X – Resumen
Se han tratado ocho procesos diferenciables, aunque estrechamente relacionados entre si, que amenazan no sólo a nuestra cultura actual sino a la humanidad como especie.
Estos procesos son:
(1) – La sobrepoblación de la tierra que obliga a cada uno de nosotros a protegerse de la sobreoferta de contactos sociales de un modo fundamentalmente “in-humano” y que, además, directamente provoca agresiones debido al hacinamiento de muchos individuos en espacios pequeños.
(2) – La desertización del espacio vital natural que no solamente destruye el medioambiente exterior en el cual vivimos sino que destruye también en el ser humano mismo el respeto por la belleza y por la grandeza de una Creación que lo supera.
(3) – La competencia del ser humano contra si mismo que el desarrollo de la tecnología impulsa para nuestra perdición de un modo cada vez más acelerado, haciendo a las personas ciegas frente a todos los valores auténticos y les quita el tiempo parea dedicarse a la verdaderamente humana actividad de la reflexión.
(4) – El decaimiento de todos los sentimientos y afectos intensos a causa del reblandecimiento. El avance tecnológico y farmacológico promueve una creciente intolerancia frente a todo aquello que produzca el más mínimo desplacer. Con ello decae la capacidad del ser humano de vivenciar aquella alegría que sólo puede ser conquistada mediante un duro esfuerzo vencedor de obstáculos. Las oleadas naturalmente establecidas por el contraste entre el sufrimiento y la alegría se achatan y se convierten en las imperceptibles oscilaciones de un inmenso aburrimiento.
(5) – El deterioro genético. Dentro de la civilización moderna no existen – aparte de “sentimientos naturales de justicia” y algunas tradiciones jurídicas legadas – factores que ejerzan una presión selectiva hacia el desarrollo y el sostenimiento de normas de comportamiento sociales, a pesar de que las mismas se hacen cada vez más necesarias debido al crecimiento de la sociedad. No se puede excluir la posibilidad de que muchos de los infantilismos, que convierten en parásitos a gran parte de los actuales jóvenes “rebeldes”, estén genéticamente condicionados.
(6) La demolición de la tradición se produce cuando se llega a un punto crítico en el cual la generación más joven ya no consigue entenderse culturalmente con la generación más vieja y menos aún identificarse con ella. La generación más joven tratará, por ello, a la más vieja como a un grupo étnico extranjero enfrentándola con un odio político. Los motivos de esta perturbación de identidad se hallan sobre todo en la falta de contacto entre padres e hijos, lo cual tiene consecuencias patológicas ya en la etapa de la lactancia.
(7) – El aumento de la adoctrinabilidad de la humanidad. El aumento del número de personas que se aglutinan en un único grupo cultural, en conjunción con el perfeccionamiento de los medios tecnológicos para manipular a la opinión pública, conducen a una uniformización de las opiniones que no ha existido en ningún momento anterior de la historia de la humanidad. A esto se agrega que el efecto sugestivo de una doctrina firmemente sostenida crece con el número de sus partidarios, quizás hasta en una proporción geométrica. Ya hoy se tacha de patológico al individuo que se sustrae concientemente al efecto de medios masivos como, por ejemplo, la televisión. Los efectos des-individualizadores resultan bienvenidos por todos aquellos que desean manipular grandes masas de seres humanos. Las encuestas, el mercadeo y modas hábilmente dirigidas ayudan a los grandes productores de este lado y a los funcionarios del otro lado de la cortina de hierro a obtener el mismo poder sobre las masas.
(8) – El armamento de la humanidad con armas nucleares expone la humanidad a peligros que son más fáciles de evitar que aquellos emergentes de los siete procesos antes citados.
Los procesos de deshumanización descriptos en los Capítulos I a VII resultan fomentados por la doctrina pseudo-democrática que afirma que el comportamiento social y moral del ser humano no está de manera alguna influenciado por la organización filogenéticamente evolucionada de su sistema nervioso y de sus órganos sensoriales sino que resulta determinado exclusivamente por el “condicionamiento” que la persona sufre en el transcurso de su ontogénesis por parte del entorno cultural en que se encuentra.
Repito encarecidamente la recomendación de leer el libro.

Desde los inicios de la conjura neomalthusiana del “Club de Roma” hasta la multimillonaria performance hollywoodiense de Al Gore, los desatinos de Bankimún y la O.N.U., los desvaríos seniles de Fidel Castro, y últimamente, el grotesco (y deprimente) carnaval pachamámico organizado y protagonizado por Evo Morales, la ideología del “calentamiento global”, (luego “cambio climático”, posteriormente “crisis climática”, etc…) ha recorrido su camino, y muestra una tendencia que tiene, desgraciadamente, un mal pronóstico.
No hace falta ser un sabio o un brujo para prever que al final de éste se encuentra un destino de miseria, subdesarrollo, superstición, y pérdida de libertades (si es que alguna vez las tuvieron), para la porción más débil, más pobre y menos informada de la humanidad (es decir, la inmensa mayoría). En el centro del montaje, la “ciencia”, o “los científicos”, una y otra vez invocados por ignorantes encumbrados, como Bankimún o su antecesor; por estafadores globales, como Al Gore; por tiranos y criminales de Estado, como Fidel Castro; por políticos-folcloristas, del tipo Evo Morales, y hasta por una verdadera legión de intelectuales ideologizados, (los inmaduros crónicos), que allegan leña al fuego inconscientes de su responsabilidad social (aquella a la que su ilustración los obligaría), induciendo en sus públicos las más disparatadas creencias e imaginerías*.
Es del todo deseable que los científicos serios (y los que pretendamos serlo), redoblen los esfuerzos por desmontar este fraude, en función de no ser cómplices del latrocinio.

Comentario final:
Siempre hay hombres dedicados a sostener y difundir los prejuicios, las creencias, los valores, las moralinas, las doctrinas, las normas de conducta social; son los apóstoles de todos los tiempos, -los curas hoy,- los filósofos, los juristas, etc, a quienes la Sociedad necesita y valora por lo que hacen. Pero el papel de los científicos es muy otro: el científico está para ampliar el campo del conocimiento humano en aquello que eligió como especialidad, y ya sabrá La Sociedad lo que hace con ese conocimiento.

Han pasado ya cuarenta años, y el viejo y querido Dr. Lorenz (“Konrad”, para los iniciados), tendría ahora unos 110, y se maravillaría de que todavía no nos extinguimos, y que aún podemos disfrutar de este maravilloso mundo hasta quizás, el 2030, cuando nos caiga encima la “crisis climática” que hemos estado provocando (De Elvira, Gore, Hansen et al dixit).
Por lo pronto seguiré agradeciendo los maravillosos momentos vividos gracias a las lecturas de sus artículos sobre la conducta de los gansos que observaba y criaba con tanto amor en un estanque a orillas del bello Danubio (azul), por allá por esos años en que la ropa se lavaba con batea y escobillas de sorgo.
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*Sin ningún temor a mentir o exagerar, puede decirse que la lista de intelectuales (sobre todo literatos y artistas), que han caído bajo el embrujo de los más señalados dictadores y criminales del siglo XX podría llenar una guía telefónica. Baste recordar a G.B, Shaw, oficiando de propagandista de Stalin, durante la hambruna rusa (inducida por éste) de 1932; o a Ezra Pound y su simpatía manifiesta por Hitler y su régimen (compartida por el gran escritor chileno Miguel Serrano), o al gran Gabriel D´Annunzio, poeta “oficial” del fascismo italiano. En nuestro mundo subdesarrollado ha sido Fidel Castro quien ha recibido los más untuosos besapatas de prácticamente todos los grandes escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, (a excepción, eso sí, del más grande de todos, Jorge Luis Borges, ….creo y quiero creer). Si hasta Hugo Chávez cuenta con la admiración (no se sabe si sincera o fingida pero sí correspondida) de Eduardo Galeano.