11 noviembre, 2009

Veinte años después....¡Qué febril la mirada...?

“ El vigésimo aniversario de la caida del Muro de Berlín, .... constituye un hito en la historia mundial. Pocos sucesos quedan en la memoria colectiva como un punto divisorio que separa dos períodos bien diferenciados; sin duda la caída del muro es uno de esos hechos definitivos que trajeron esperanza y oportunidades a las personas y le otorgó a los años 80 un final verdaderamente jubiloso.”

El emocionado texto anterior, lo cito del principio de una columna escrita por….. ¡Mijail Gorbachov!, quien fuera presidente de la Unión Soviética cuando los sucesos reseñados.
Claro que Gorbachov fué uno de los protagonistas de ese momento histórico, pero para ser francos, por lo que muy bien recuerdo,… parece que fue un protagonista involuntario.
Efectivamente, haciendo memoria y repasando los sucesos, siempre queda la sensación de que era Boris Yeltsin quien forzaba los acontecimientos en Rusia, y era Gorbachov quien reaccionaba, y no deja de ser curioso que ahora este último aparezca felicitándose de un desenlace que cuesta creer que él previera y mucho menos deseara.

En pocas palabras: la URSS, imperio creado bajo las ideologías del marxismo-leninismo, y que había estructurado la más opresiva de las tiranías jamás concebida, estaba en el apogeo de su poderío político y militar en la década de los 70. Frente a un vacilante Occidente que se afanaba en apaciguar, ellos podían exhibir un ejército que triplicaba al de la OTAN en efectivos, en tanques, en aviones, y en todo armamento convencional.
Los arsenales nucleares estaban equiparados en un punto llamado de “mutua destrucción asegurada”, o sea, que no podían usarse, porque ello habría significado el fin de la humanidad.
En esas condiciones, el poderío soviético era incontrarrestable, y la URSS invadía inpunemente Afganistán, diversos paises de Africa (mediante tropas aportadas por Fidel Castro), y aumentaba su influencia por todas partes.
Esa fué la situación con que se encontró Ronald Reagan al reemplazar a “Jimmi” Carter en la Casa Blanca; y ante lo cual discurriría una política que, analizada con la perspectiva del tiempo, se equilibraba justamente en el límite entre lo paranoico y lo genial.
Reagan sabía que el sistema capitalista norteamericano tenía su mayor fortaleza en la economía, justamente donde debía estar la debilidad de los rusos (debilidad que en aquel momento no era aparente, por lo que debemos suponer que Reagan la intuyó). Y en base a ello desafió a los soviéticos a la más extravagante carrera armamentista nunca vista; los de la prensa la bautizaron con el holliwoodiense nombre de “guerra de las galaxias”, y consistía en desplegar una red de satélites con capacidad para detectar y eliminar cualquier misil ruso en el momento en que fuera disparado, con lo que todo el arsenal soviético quedaba reducido a la impotencia, y así se anulaba entonces la “mutua destrucción asegurada”.
En caso de un enfrentamiento, el armamento nuclear soviético no sería efectivo, mientras que el norteamericano sí.
Claro que esto requería un desarrollo tecnológico y un despliegue de recursos nunca vistos, y consiguientemente, de un presupuesto verdaderamente demencial, aún para los USA. Un gran mérito de Reagan fue convencer al congreso que aprobara los gastos, y una vez logrado, se dio curso al plan con fanfarrias, bombos y platillos. Hoy día sabemos que de aquello la mayor parte fué ciencia–ficción y propaganda, pero en ese momento la gerontocracia rusa se creyó el cuento y protestaron airadamente. Reagan entonces tuvo la pachorra de ofrecerles “asesoría” tecnológica a efectos de que impulsaran su propio plan, lo que lógicamente rechazaron, y se lanzaron entonces, con sus propios medios a emular a los yanquis.

El desenlace fue más rápido de lo que nadie pensó; la economía de la URSS colapsó antes de lo previsto, el sátrapa murió de viejo, lo reemplazaron por otro que no duró mucho ni dejó huella, y al cabo, como a la desesperada designaron a un “joven” Gorbachov, proveniente de una nueva generación (los gobernantes de la URSS siempre tenían más de 70 años).

En palabras del propio Gorbachov:
“La carrera armamentista había credo una situación explosiva. La fuerza disuasiva nuclear podría haber fallado en cualquier momento y nos dirigíamos al desastre…”
Mijail Gorbachov entonces, al verse con una carrera perdida, la economía en colapso, un descontento social generalizado dentro de Rusia y mucho más en los países sometidos, optó por el único camino viable en esas circunstancias, e intentó un “agiornamento”, una “renovación desde dentro” del sistema.
Efectivamente, el otro camino, el de los tanques, tan utilizado por la URSS en situaciones anteriores, ya no parecía viable.
Llamó a sus planes “perestroika” y “glasnot”, y casi no hay duda de que en realidad lo que perseguía era una renovación cosmética del comunismo para actualizarlo y hacerlo competitivo en las nuevas condiciones, pero manteniendo en el fondo sus principios totalitarios. Soy un malpensado, pero objetivamente puede suponerse que de otra forma todo el aparato gerocrático de la dictadura más organizada de la Historia se habría puesto en su contra y habría tenido que renunciar.
Lo que ocurrió en definitiva fué que el sistema ya era cadáver, y ni con “perestroika” ni con “glasnot” lo iban a resucitar; el “joven” presidente Gorbachov, designado para “salvar” al comunismo soviético fué en realidad el pope que le administró los santos óleos y le cantó el responso, mientras las satrapías subsidiarias se desplomaban una a una por todos los rincones del agónico imperio.
Fueron dias gloriosos para la humanidad, que presenció, un tanto atónita, cómo pueblos que habían padecido 50 años bajo las más abyectas tiranías, se liberaban de la noche a la mañana, desterraban a los sátrapas (como en el caso de Honecker) o los mandaban directamente al cadalso (como en el caso de Ceaucescu), tumbaban las absurdas estatuas de Lenin, se daban nuevas constituciones, abrían sus fronteras, etc., y todo en un tiempo tan asombrosamente breve, como aquel minuto en que se despierta de una horrible pesadilla.
En este contexto fué que ocurrió el suceso que sería el símbolo de todo el colapso; la “caída” del Muro de Berlín, que en realidad no se “cayó”, sino que fue destruido a combo y picota por miles y miles de alemanes de ambos lados, ya demasiado hambrientos de libertad los unos, ya demasiado hartos de tolerar tan absurda barbarie, los otros.
Y el epílogo: las viejas cúpulas comunistas urdieron al fin un golpe de estado para defenestrar a Gorbachov y volver las cosas al estado anterior; pero la Historia avanza y era tarde para recular, y Boris Yeltsin, ya para entonces el verdadero hombre fuerte de Rusia, dominó rápidamente la situación, abortando el golpe y determinando, de paso, la disolución de la “Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas” (URSS). Al Presidente Gorbachov se le “sugirió” (y creo recordar que fue el propio Yeltsin), que ya que la entidad política que presidía había dejado de existir, y dado de que por lo consiguiente sus servicios ya no eran necesarios ni requeridos…. bien haría S.E. en dimitir dignamente, y retirarse a su casa, . ….etc., etc.

A veinte años del suceso, las reflexiones de Gorbachov, suscitan, al menos cierta perplejidad;
Cito:

“…Hoy, ha surgido otra amenaza mundial. La crisis climática es el nuevo muro que nos separa del futuro, y los líderes actuales están subestimando la urgencia y la escala potencialmente catastrófica de la emergencia. En forma notoria, surgen las comparaciones con el período previo a la caida del Muro de Berlín.
Al igual que hace20 años, enfrentamos una amenaza a la seguridad mundial y a nuestra existencia,…..etc. etc.”

Lo dicho: Gorbachov compara el momento actual, con aquél más álgido de la “Guerra Fría”, cuando la amenaza de un holocausto nuclear de consecuencias planetarias estaba latente dia tras día, y el destino de la humanidad dependía de unos cuantos hombres, en última instancia de DOS hombres que tenían el poder de provocar la destrucción total, uno de los cuales fué, por algún tiempo, el mismo Gorbachov. Adicionalmente, una desgraciada mitad de la humanidad vivía privada de toda libertad, sujeta, sin esperanzas, a una tiranía abyecta, como ahora lo reconoce el mismo Mijail.
En otras palabras, para Mijail Gorbachov, ex presidente de la URSS, el “cambio climático”, representa un peligro equivalente a lo que habría sido una tercera guerra mundial con los USA y la URSS como protagonistas.

Un juego de dudosa dialéctica, para equiparar lo que fué un peligro real y espantoso que marcó a toda nuestra generación, con lo que es un “peligro” sólo imaginario; una tonta superstición con que se crean las condiciones para que se estén montando los más fantásticos negociados en beneficio de algunos megamillonarios, entre los que él mismo no se encuentra (quiero creer).

No dudando de la buena fé de Gorbachov, y suponiendo que de verdad crea que hay una “crisis climática” que amenaza la seguridad mundial y nuestra propia existencia, y etc. etc., me deja la impresión de un hombre que fue superado por los acontecimientos; que fué protagonista, pero en un rol que no había ensayado; que celebra ahora los sucesos que debió evitar, que tuvo su apoteosis en un momento prematuro para él, que sabe que no fue él, sino Boris Yeltsin quien liberó a Rusia del comunismo, y que Reagan, Kohl, Walesa y el Papa Juan Pablo fueron los artífices del derrumbe de la URSS, a pesar de él, y no gracias a él.

Y entonces, ahí está, el “cambio climático”. La oportunidad para “salvar” al mundo, una ulterior “Razón de Vivir” para un político jubilado, irrelevante en este mundo actual, que cambia más rápidamente de lo que se puede comprender, ….alguien que tiene que levantarse todos los dias convencido de que aún tiene una misión que cumplir,…....

Y en su favor hay que decir que no es el único. ……La lista es larga.